La angiostrongilosis es una enfermedad parasitaria emergente que puede llegar a poner en peligro la vida del perro. Todavía poco conocida por los cuidadores, precisamente por su potencial extensión, es necesario contar con información sobre esta dolencia para poder identificarla y, sobre todo, prevenirla. Hablamos de la angiostrongilosis canina en el siguiente artículo.

¿Qué es la angiostrongilosis?

Es una enfermedad parasitaria, vascular y pulmonar, causada por el parásito Angiostrongylus vasorum, un gusano nematodo de pequeño tamaño. Afecta a perros, pero también a otros animales, sobre todo carnívoros salvajes, como zorros (el principal reservorio), lobos, nutrias, hurones o tejones.

El parásito tiene un ciclo de vida que involucra a varios huéspedes, es decir, otros animales en los que se va desarrollando hasta llegar a su etapa adulta. Estos animales suelen ser caracoles y babosas, aunque también pueden ser serpientes o ranas. Los perros se infectan al ingerir un hospedador intermedio infectado o las larvas que pueden quedar en su rastro.

Las formas adultas del gusano se alojan en el huésped definitivo, en este caso, el perro. En concreto, se localizan en las arterias pulmonares y el ventrículo derecho del corazón. Las hembras ponen los huevos en los capilares de los pulmones, donde eclosionan. El parásito, en esta fase, se introduce en los alveolos y migra hasta la boca.

Allí se traga y acaba en el sistema digestivo, eliminándose en las heces, en las que sobrevive durante unos días. Los perros pueden eliminar larvas de manera intermitente a lo largo de varios años.

Una vez en el medio, el parásito penetra en un huésped intermedio, continuando el ciclo. El clima húmedo, lluvioso y con vegetación abundante favorece a las poblaciones de hospedadores intermedios de este parásito.

¿Qué perros sufren angiostrongilosis?

La angiostrongilosis es una enfermedad que puede afectar a perros de cualquier edad o sexo, pero se sabe que es más probable que la contraigan los que viven o pasan buena parte de su tiempo en el exterior o pueden entrar en contacto con los animales que funcionan como huéspedes intermedios.

Sobre todo, están en riesgo los ejemplares que viven en zonas de temperaturas suaves a lo largo del año y cerca de aguas estancadas, riberas o zonas de regadío. Los animales más jóvenes, posiblemente por su afán explorador, pueden correr un riesgo mayor.

Signos clínicos de angiostrongilosis

Los daños que provoca esta enfermedad en el organismo pueden causar diversos signos clínicos, bastante inespecíficos, lo que complica y retrasa el diagnóstico. Además, la gravedad es muy variable. Destacamos los siguientes:

  • Problemas cardiorrespiratorios por la presencia de formas adultas o larvas. Son el signo clínico más común, manifestado por tos seca, dificultades para respirar, neumonía, coloración azulada de las mucosas (cianosis), insuficiencia cardiaca, taquicardia, etc.
  • Trastornos hemorrágicos y en la coagulación de la sangre, pudiendo verse sangre en las heces, hematomas, etc.
  • Alteraciones neurológicas, como convulsiones o posturas corporales anómalas.
  • Dolencias gastrointestinales, por ejemplo, bajo apetito, náuseas, vómitos, diarrea, etc.
  • Pérdida de peso.
  • Malestar general.
  • En los casos más graves la respiración se ve comprometida, hay hipertensión pulmonar, insuficiencia cardiaca en la parte derecha del corazón y hemorragias que pueden ser fatales. La angiostrongilosis puede llegar a ser mortal. El perro puede fallecer de forma repentina por obstrucción en las arterias pulmonares o insuficiencia cardiaca.
  • Otros perros no presentan ningún signo clínico o el cuadro que muestran es muy inespecífico, con anorexia, intolerancia al ejercicio, etc.
  • En casos excepcionales, se pueden encontrar larvas o incluso formas adultas en órganos como los ojos, el cerebro, el hígado o la vejiga, provocando otros signos clínicos.

Diagnóstico de angiostrongilosis

Por lo que hemos explicado hasta ahora, podemos decir que el diagnóstico no siempre es sencillo. El veterinario tendrá que examinar al perro, valorar su historia clínica y condiciones de vida y prescribir la realización de diferentes pruebas, como auscultación, radiografía de tórax, ecografía, resonancia magnética o tomografía computerizada.

Una analítica de sangre también puede ofrecer información importante y datos sobre el estado general del animal. En algunos casos, puede visualizarse directamente el parásito en distintas muestras, como las heces.

Tratamiento de la angiostrongilosis

El tratamiento se basa en la administración de fármacos antihelmínticos para eliminar los parásitos. Puede prolongarse varias semanas. Los casos más graves necesitarán más medicación, por lo que es aconsejable que acudamos al veterinario en cuanto percibamos alguna anomalía en el perro para no retrasar el tratamiento y agravar el estado del animal.

Esta medicación se orienta al control de la sintomatología, por lo que variará según cada perro. Puede comprender hospitalización, transfusiones de sangre, corticoides, broncodilatadores, etc. Además, la muerte de los parásitos en el organismo puede provocar reacciones adversas que hay que vigilar.

Prevención de la angiostrongilosis

Dada la gravedad de los daños que puede producir la angiostrongilosis, las dificultades para el diagnóstico y el tratamiento y su expansión, conviene centrarse en la prevención. Esta implica la desparasitación regular del perro con productos que eliminen este tipo de gusanos pulmonares.

El veterinario nos recomendará la mejor opción y su pauta de administración según las circunstancias de cada perro. También debemos evitar, en lo posible, que el animal se acerque a los potenciales huéspedes intermedios.

¿Por qué la angiostrongilosis es una enfermedad emergente?

La angiostrongilosis se considera una enfermedad emergente porque cada vez se identifica un mayor número de casos en carnívoros domésticos y salvajes. Este aumento se puede relacionar con el cambio climático y los incrementos en la temperatura y humedad que se le asocian.

Hay que recordar que estas condiciones ambientales favorecen la proliferación de los huéspedes intermedios. También se consideran factores favorables a la enfermedad los cambios en el uso y la gestión del suelo y el agua o la extensión, en zonas urbanas, de poblaciones de zorros, que son otro de los huéspedes definitivos del parásito.